domingo, 9 de enero de 2011

Psicología e imbéciles.

Para un alumno de la facultad de psicología de la Universidad Autónoma de Madrid, resulta frustrante tratar de entender cómo han llegado pandillas tan enormes de imbéciles a la universidad. Y no hablo ya de los alumnos, sino de los profesores o los funcionarios encargados de tareas concretas.

Uno aparte de estudiar Psicología, leer libros, discutir en foros con los frikis – es que eso de frikies, con e guiri...pss, yo soy español y a los cantamañanas que quieren ser más guiris que los guiris, les pueden ir empujando la mierda hasta el fondo - del asunto psicológico, también tiene entre sus manos una beca para trabajar en aulas de informática de la Universidad Autónoma de Madrid. Mi tarea es muy limitada. Me limito a atender a una serie de incidencias tipo “el correo no me funciona” o “dame mi clave de acceso” e incluso “ayúdame a configurar la red wifi de la UAM a mi portátil”. Como un puto profesional atiendo de buen grado a la inmensa mayoría de la gente – digo la inmensa mayoría porque algún que otro maleducado gilipollas me ha llegado a tocar los cojones como para que lo eche de la sala -. Porque aún hay gente que es profesional hasta en un pseudotrabajillo de tres horas al día. Me da urticaria cuando llego a la ventanilla de secretaría de mi facultad y me atienden sin ninguna fórmula de cortesía, tuteándome como si fuera gilipollas en plan “tú tranqui, buen rollito tío”. Y luego de buen rollito me dicen que no, que no pueden hacer lo que es su trabajo porque son – de buen rollito eh, conste- unos completos incompetentes. Por supuesto la inversa también mola, cuando un capullo o una pedorra me vienen con malas maneras exigiendo esta o aquella información y la tienen pegada en un cartel en la puerta.

El otro día un conocido del curro que se encarga de instalaciones y demás – un profesional y buena gente- se quedó sorprendido. Estábamos charlando en voz baja sobre si las “cepeus” tenían sistema operativo o simplemente funcionaban con un volcado de una imagen desde un servidor. Vamos, estábamos siendo unos frikis. Total que entra una chica en la sala y me suelta “Oye tú, dame la grapadora”. Os la podéis imaginar. Chica guapísima, morena. Unos ojazos que cortaban la respiración pero...ordinara y bajuna como ella sola etc. Total que se la doy y cuando me la devuelve le digo “de nada” con mucho sonsonete. No le afeé la conducta, simplemente traté de hacerle ver que había sido una maleducada. Total que Julio alza las cejas y me dice “tío, yo trabajé en esto y la gente no me hablaba así, ¿cómo lo aguantas?”. La verdad, no me explico por qué lo aguanto, supongo que porque me siento chachi cuando veo que soy la hostia de educado. Independientemente de la gentuza con la que me tope.

Cuando yo estoy en el curro no llamo de usted a la gente, pero casi. Me refiero a que mis “buenas tardes” o mi “por favor, gracias, de nada” no me los quitan ni a tiros. De hecho espero lo mismo de los demás y si la persona o el persono - no vaya a ser que me den de hostias las feminazis- que llega es de mediana edad tirando hacia ser un viejuno, procuro emitir un usted de lo más respetuoso, porque un poco de educación me han llegado a inculcar los anticuados de mis progenitores.

El caso es que cuando entro a clase me encuentro a menudo fantoches de los más variopinto. Descerebrados totales de una catadura moral tan inmunda que harían que un violador de lo más bajo palidezca enarcando una ceja de envidia y con un gesto desdeñoso en su asquerosa cara -vale, me he pasado, pero me dan toda la puta grima como profesionales y punto-. Bueno, la mayoría son simplemente descerebrados carcomidos por el todo vale de la época. Esos descerebrados a los que lo único que les interesa es trincar el sueldo a fín de mes y que alumnos críticos – más bien escasos - no les partamos el careto a hostias por las salvajadas que sueltan en clase. Luego hay un grupo en segundo puesto que son los que la fuerza del hábito de la impunidad les ha convertido en canallas que sacan tajada y pastelean con la más absoluta impunidad para tener este o aquel puesto en la política de la facultad o del campus. Por último hay unos pocos profesores que son como dios manda y que , ya sea por vocación o por vergüenza profesional hacen que los alumnos sean capaces de distinguir entre las gilipolleces varias que se nos enseñan a lo largo de la carrera y las pocas que merecen que se las estime como ciencia. De esos profes que le inyectan a uno la curiosidad latente en las venas. Yo en concreto conozco a tres profesores que merecen la pena. He tenido la inmensa suerte de tener uno cada año durante los tres primeros años de carrera. Diría sus nombres, pero no me siento con derecho a difundir sus nombres aunque sea para una causa nobilísima como reconocer el buen trabajo a unos profesionales de bandera.

Total que entre esto y aquello uno se dedica a poner contra las cuerdas a muchos profes que son la hostia de “majos” - y a veces ni eso, que encima de faltos de intelecto son unos ególatras prepotentes que dan ganas de sodomizarles allí mismo - pero que se olvidan de ponerse la gabardina de científicos al entrar por la puerta de la facultad.
Porque uno en su vida, mire usted, puede hacer lo que le salga de los cojones mientras no afecte a nadie. Lamentablemente en el trabajo, nuestras acciones suelen afectar al prójimo por lo que debemos procurar ser unos hijos de puta profesionales y fríos. Eficientes, vamos de los que no dejan tirado al prójimo. Total que los borregos que tengo por compañeros – salvo contadas excepciones – son carne de cañón, aprueban y adiós. Y el día de mañana cuando violen a tu hija en plena calle y cacen al violador una vez acabada la faena, uno de esos compañeros que tuve, como perito judicial que será dirá “pues aplico esto y aquello para ver si el tío va a reincidir o no” - y sí, sé que me he saltado un montón de pasos, pero voy a lo que voy-. Pero ese “esto” o ese “aquello” no tiene ningún fundamento empírico, ninguna evidencia científica, porque los profesores ya os digo, son en su mayoría imbéciles y ególatras delirantes. E incluso probablemente mis compis ni siquiera tengan claro qué es lo que mide el cuestionario que están aplicando, ni qué buscan con ello ni qué es lo que tienen entre manos en ningún sentido. Claro, normal que la gente luego diga que los psicólogos son unos chamanes y van a sustituir a los curas – no caerá semejante breva- como vendedores de humo de los subnormales de turno que rulen por España.
Así que cuando escucho a la gente decir “es que yo no creo en eso de la psicología” como si se tratara de una creencia, de primeras me cabreo porque la psicología es, o al menos debería serlo, una ciencia. Pero de segundas creo que es lo que nos merecemos como colectivo. Porque eficientes y profesionales, científicos y demás, con un poquito de ética...poquitos poquitos.


Eso sí, el caso de la Psicología es un caso especial redios. Porque es algo para lo que nadie necesita estudiar carrera joder. Está clarísimo cuando alguien tiene este o aquel problema, faltaría más. Yo así a ojo siempre acierto sin evaluar nada, no fallo ni una. Si una tiparraca llora a menudo es que está deprimida, si lo sabré yo, y sin carreras.
Pongámoslo así cuando el físico me dice que la manzana se cae por esto y por aquello, como no entiendo un carajo de física doy por supuesto que el tipo sabe de lo que habla; pero cuando se trata de explicar por qué la gente hace lo que hace, yo sé más que el psicólogo y si él dice – en el caso de que sea un profesional como la copa de un pino- que se trata de una conducta de evitación, yo me descojonaré en su cara y le diré que no, que tiene los chacras mal alineados -eso si no me lo dice el mismo, porque estafadores impunes ya os digo hay a patadas en todos los curros-. Y no me extraña redios, porque la mayoría de mis compañeros, futuros psicolocos ellos, son una pandilla de imbéciles de lo peor sin ningún tipo de mirada crítica y que si se tercia le miran mal a uno cuando putea al profesor con preguntas incómodas que ponen de relieve lo tonto del haba que es y las tonterías que está diciendo entre tanto cabeza apepinada. ¿Y de quién es la culpa? Ah, yo ahí ni entro ni salgo que luego me cuecen a leches por listillo.
Así que os lo digo así, lo único que diferencia al noventa por ciento de los estudiantes de psicología de los que se dedican a ganarse la vida en una esquina con una navaja a la hora de explicar el comportamiento humano es que los de la navaja no tienen el título de licenciado en psicología... Tal es el estado del asunto al que me voy a dedicar cuando sea grande, tócate los conones Mari trini, Mari loli o como os salga de recto. Porque los imbéciles nos ganan por goleadas, en todas las carreras universitarias, en los institutos, en el trabajo...es que no sé cómo se puede sobrevivir siendo tan imbécil pardiez – bueno sí lo sé, pero aún hoy me sorprende-.

1 comentario:

  1. Creo que te falta una coma, espera....no...estoy completamente de acuerdo.
    :)
    (menos en lo de frio, prefiero ser profesional templado si eso)

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